Analizamos con expertos qué se sabe sobre la violencia sexual en España, a falta de datos oficiales sobre violaciones grupales, y qué relación tiene con el consumo de pornografía
Por Noemí López Trujillo
No hay datos oficiales sobre el número de agresiones sexuales grupales en España. De acuerdo con el Portal Estadístico de Criminalidad del Ministerio del Interior, en 2020 hubo 13.240 hechos conocidos consistentes en ataques contra la libertad sexual, que incluiría no solo agresiones sexuales, sino también abusos sexuales, pornografía de menores, acoso sexual o exhibicionismo. De ellos, 2.885 acabaron en condenas, según el Instituto Nacional de Estadística (INE). Además, de acuerdo con el INE, 477 de estas condenas fueron a menores agresores. Ninguna de estas estadísticas indica en qué casos el ataque a la libertad sexual fue en grupo. ¿Hay realmente un aumento de la violencia sexual cometida por múltiples agresores? ¿Hay relación entre el consumo de pornografía y la violencia sexual?
Estimar la prevalencia de la violencia sexual en España entraña dificultades porque, aún hoy, una gran parte de los ataques contra la libertad sexual (no todos tipificables como delitos) son desconocidos. Así lo apunta Antonio Andrés Pueyo, catedrático y profesor de Psicología y Criminología en la Universidad de Barcelona, en conversación con Newtral.es: “Todavía desconocemos un 80% de los actos de violencia sexual que se cometen, lo que se conoce como la ‘gran cifra oculta’”.
Pueyo es el principal investigador de un reciente informe sobre violencia sexual encargado por el Ministerio del Interior y publicado a finales de 2021. El documento define violencia sexual como una amplia tipología de actos: desde agresiones y abusos sexuales hasta acoso sexual o esclavitud, pasando por ciberdelitos como el grooming o la pornovenganza.
Como matiza el informe, “el fenómeno de la violencia sexual no se restringe ni es equivalente al de delito sexual”. Así, los autores de la investigación estiman que en España se producen 400.000 actos de violencia sexual cada año, pero aclaran que muchos de ellos no tendrían por qué tener una respuesta penal (por ejemplo, algún tipo de acoso verbal por la calle o un tocamiento no consentido en el transporte público).
El criminólogo Antonio Andrés Pueyo reconoce que “cada vez se denuncia más”, y que “la percepción del aumento de la violencia sexual parece deberse a un aumento de los ciberdelitos”, una tipología que, con la normalización de las redes y de la tecnología, “estaría incrementándose”.
Por otro lado, respecto a la violencia sexual grupal, Pueyo estima que “aunque la percepción social es de que las agresiones sexuales grupales han aumentado, suponen todavía algo menos del 5%”.
Con el objetivo de dimensionar aquella violencia sexual que sí termina en la vía jurídica, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) publicó un informe en 2021 analizando un centenar de sentencias por alguno de estos delitos (contra la libertad e indemnidad sexuales) dictadas por el Tribunal Supremo en 2020. Respecto a la violencia sexual en grupo, el informe señala que el 26% de las agresiones que terminaron en condena fueron múltiples, es decir, cometidas en grupo (por más de un agresor).
“Esto puede significar que, a raíz del caso de La Manada, se denuncian más las violaciones grupales y se castigan más. Las investigaciones apuntan a que no es la tipología mayoritaria”, señala Pueyo, quien insiste en que los cálculos indican que suponen el 5% de la violencia sexual total. Así, no hay datos oficiales sobre violencia sexual grupal ni sobre la edad de los agresores, pero Pueyo recuerda que “esta tipología de violencia sexual siempre ha estado muy circunscrita al final de la adolescencia y principios de la edad adulta, edades en las que otros delitos también son grupales, como robos, peleas…”.
“Hay que ser cautos con este tema y con cómo se aborda la violencia sexual grupal. El caso de Igualada, por ejemplo, es extraordinario por su dureza y sadismo. Pero no nos sirve para entender la violencia sexual en su complejidad porque no es el más representativo”, añade este criminólogo y catedrático.
Radiografía del consumo de pornografía en menores
En 2020, Save the Children publicó un informe sobre el consumo de pronografía en la adolescencia. Para elaborar la investigación contaron con la participación de 1.753 jóvenes de entre 13 y 17 años. Una de las principales conclusiones que obtuvieron es que “la mayoría (93,9%) de la población que ha participado en esta encuesta ve pornografía en la intimidad”, siendo el móvil el medio principal con el que acceden a este contenido. Además, el 68,2% de adolescentes la ha consumido en los últimos 30 días.
De acuerdo con el informe, el 62,5% de las personas adolescentes encuestadas ha visto pornografía alguna vez en su vida y el 53,8% ha accedido por primera vez a la pornografía antes de los 13 años. La edad media se sitúa en los 12 años (sin apenas distinción de género).
Por otro lado, señala el informe de Save the Children, casi el 60% de los encuestados “prefiere los vídeos en los que no hay jerarquías de poder”. Además, la mayoría de adolescentes (72,5%) reconoce y sabe identificar las prácticas de riesgo en la pornografía.
Los investigadores que han realizado el documento advierten de que “sin la adecuada educación afectiva y sexual, y sin la formación en un uso seguro y responsable de internet, existe una mayor exposición a situaciones y conductas de riesgo”. Además, señalan, en relación a la pornografía y la violencia sexual, que existe “una preocupación por la posible falta de capacidad de la adolescencia para ser crítica con la pornografía y para comprender que lo que ve es ficción”. Sobre todo cuando esta sustituye, como vía de aprendizaje, la educación sexoafectiva.
Los riesgos de que la pornografía sea la única vía de aprendizaje
Zoë Peterson, psicóloga clínica y directora del departamento de investigación sobre violencia sexual del Kinsey Institute (vinculado a la Universidad de Indiana), comparte este análisis al señalar, en conversación con Newtral.es, que “es potencialmente peligroso que los jóvenes aprendan sobre la sexualidad a través de cualquier tipo de medio popular, especialmente en ausencia de educación sexual basada en evidencia empírica”.
“La pornografía, a menudo, promueve ideas poco realistas sobre el sexo y la sexualidad. También puede promover mitos, como que los hombres son sexualmente persistentes y que las mujeres a veces dicen que no cuando quieren decir que sí, lo que podría contribuir potencialmente a la agresión sexual. Sin embargo, estos mismos mensajes problemáticos también aparecen en la televisión, en las películas y en la música convencionales, por lo que este no es un problema específico de la pornografía. Es importante proporcionar a los niños y adolescentes información basada en evidencia para contrarrestar los mensajes problemáticos tanto en la pornografía como en los principales medios de comunicación”, apunta Peterson.
Lluís Ballester, sociólogo e investigador sobre educación sexoafectiva en la Universitat de les Illes Balears, también subraya la nocividad de que la pornografía, consumida cada vez a edades más tempranas, sea la vía principal (cuando no única) de aprendizaje de la sexualidad: “No es solo que se puedan normalizar actitudes violentas hacia las mujeres, sino que también puede afectar a la propia percepción del cuerpo, ya que en la mayoría de producciones aparecen cuerpos normativos”, explica a Newtral.es.
“Si es tu primer contacto con la sexualidad, puede tener un impacto incluso en las prácticas de riesgo, de manera que el aprendizaje sea que el preservativo no solo no es necesario, sino molesto para la verdadera activación sexual. Es un riesgo que este sea el consumo en jóvenes con escasa experiencia alternativa o que están empezando a relacionarse íntimamente”, prosigue.
Sin embargo, William Fisher, psicólogo y profesor en la Universidad de Ontario, pide cautela a la hora de construir esta narrativa: “Sabemos que el consumo de pornografía entre adolescentes ha aumentado, pero los resultados, al menos en Canadá, muestran que las tasas de embarazo no deseados en adolescentes han disminuido durante décadas. Es decir, estas disminuciones han continuado desde el inicio del acceso generalizado a la pornografía. Por otro lado, el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos informa de que durante la era del acceso generalizado a todas las formas de pornografía en internet, la proporción de adolescentes estadounidenses sexualmente activos que usan condón ha aumentado durante la última década”, apunta este investigador especializado en salud y conducta sexual.
Lluís Ballester considera que “es absurdo querer prohibir el porno e, incluso, contraproducente”: “En Reino Unido se intentó y el resultado fue que se buscaban canales alternativos, que son peores. Es un producto cultural que ya es ampliamente conocido, se va a buscar el acceso igualmente. El trabajo previo es de educación sexual y, por supuesto, restringir el acceso a ciertos contenidos a determinadas edades”, añade.
El psicólogo y sexólogo David W. Wahl, profesor e investigador en la Universidad Estatal de Iowa, explica a Newtral.es que “ante la falta de educación social, muchos recurren a la pornografía como fuente de educación”. “Si bien la pornografía tiene beneficios, también inconvenientes, como que las representaciones pueden ser engañosas o poco realistas”.
Pornografía y violencia sexual: ¿qué relación hay?
La ciencia social lleva décadas tratando de averiguar cuál es la relación entre pornografía y violencia sexual. Una de las últimas publicaciones al respecto consiste en un metaanálisis (Trauma, Violence, & Abuse, 2020), es decir, en una revisión de los papers publicados hasta el momento. Una de las principales conclusiones es que “no se revela ninguna relación entre exposición a pornografía no violenta y agresión sexual”. Sí encuentran un efecto, es decir, una correlación entre “el aumento del consumo de pornografía y niveles más bajos de conducta sexualmente agresiva”. Los investigadores también señalan que la relación entre el consumo de pornografía que sí es violenta y la violencia sexual no es concluyente.
Cuatro investigadoras de la Universidad de Santiago de Compostela publicaron en 2021 una revisión sistemática sobre la relación entre el consumo de pornografía y las agresiones sexuales. Concluyen que no es posible mostrar la relación entre consumo de pornografía y agresión sexual, ya que “no existe un consenso entre los diversos investigadores sobre esta asociación”, como tampoco hay “un acuerdo general a la hora de establecer una asociación causal entre estas dos variables”.
“No obstante, sí se observa que el uso de este material explícito da lugar a consecuencias individuales a nivel de expectativas en cuanto a las relaciones sexuales y a la formación de ciertas creencias sexistas, destacando la afirmación del mito de violación y de los roles de género, los cuales son representados en la gran mayoría de películas pornográficas”, añaden las autoras de la publicación científica.
Los expertos consultados por Newtral.es están de acuerdo en que no es posible establecer una relación causal y directa entre pornografía y violencia sexual. El psicólogo William Fisher apunta que “es crucial recordar que no somos ‘mono que ve, mono que hace’”.
Este investigador en salud y conducta sexual considera que “si las personas carecen de un sentido de moderación interna o sensibilidad al resultado de sus acciones, esos déficits probablemente sean problemáticos con o sin exposición a la pornografía”. Además, rompe una lanza a favor de los potenciales beneficios de la pornografía, es decir, que si el porno prescribe o respalda la violencia sexual, también podría funcionar en la otra dirección: “Si asumimos que puede haber un efecto, es decir, que la pornografía violenta y coercitiva enseña e incentiva formas completamente inaceptables de actividad sexual, también debemos asumir que la pornografía no violenta enseña e incentiva la actividad sexual consentida”.
Fisher reconoce que “los hallazgos de la investigación científica sobre una relación entre el uso de la pornografía y el comportamiento sexualmente agresivo son consistentes respecto a que el uso de la pornografía contribuya a este comportamiento sexual agresivo”. Pero, por otro lado, también señala que estos hallazgos son igualmente consistentes respecto a que “los hombres sexualmente agresivos busquen este tipo de contenidos pornográficos”.
Además, este investigador, que compareció en el Congreso de Canadá para abordar esta cuestión, apunta que “los estudios de delincuentes sexuales en comparación con los no delincuentes muy a menudo muestran que los primeros han tenido menos experiencia con la pornografía que los no delincuentes”.
En este sentido se pronuncia también el psicólogo y sexólogo David W. Wahl, quien recuerda que “correlación no implica causalidad”: “Para ilustrarlo, pensemos en un vídeo de ficción que muestra una violación. ¿El vídeo inspira a una persona a violar a alguien, o la persona, que ya es un violador, simplemente disfruta viendo representaciones de violaciones? Hay muchos factores sociales que pueden vincularse con la violencia sexual y que van mucho más allá de la influencia que tendría la pornografía”.
Wahl considera que esto no implica que no haya que cuestionar la pornografía, ya que determinados vídeos “pueden reforzar ideas preconcebidas, por ejemplo, sobre el consentimiento [que cuando una mujer dice que no en realidad quiere decir que sí]”.
En este sentido, la psicóloga e investigadora Zoë Peterson incide en que “centrarse principalmente en la pornografía como causa de la violencia sexual puede llevarnos a pasar por alto causas potencialmente más importantes, como la falta de educación sexual adecuada”. Y David W. Wahl añade que su investigación muestra que hay más probabilidad de recurrir a la pornografía “cuando no hay educación sexual integral disponible y los progenitores no están dispuestos a hablar abiertamente sobre sexo”. “Puede ser tentador centrarse en la pornografía como causa de violencia sexual porque parece relativamente simple. Desafortunadamente, creo que las causas reales son más complejas y sistémicas”, concluye Peterson.