Internet, adolescentes y porno

Internet, adolescentes y porno

Lo que ven los niños en internet es una recreación condensada, fría y a menudo brutal del sexo

Por Marçal Sintes

Vengo de una época en que muchas escuelas todavía eran o bien para niños o bien para niñas. También las había mixtas, que eran las públicas y también algunas privadas modernas. Se producía un verdadero acontecimiento cuando se saltaba de EGB a BUP, ya que entonces los chicos y las chicas de las escuelas de monjas y curas tenían que mezclarse con el otro sexo. No puedo evitar una sonrisa nostálgica al evocar aquellos primeros meses de convivencia y las situaciones particulares, siempre presididas por la atracción y el pudor, que se daban en las aulas. Esto ocurría cuando ellos y ellas tenían 13 o 14 años.

En aquellos tiempos, en torno al año 80 del siglo pasado, los padres y las madres nunca hablaban de sexo con los hijos. Cuando grandes y pequeños se reunían en la sala de estar para ver la televisión y en la pantalla aparecía algún beso demasiado apasionado o una escena de las que antes se llamaban ‘picantes’ -hablamos de la época del famoso destape-, todo el mundo contenía la respiración, era como si se detuviera el tiempo. A veces el padre se levantaba y cambiaba de canal. Nadie decía nada.

Sin embargo, en verdad las cosas habían cambiado mucho en poco tiempo. Especialmente si nos remontamos a la época de la generación de posguerra, cuando las madres acompañaban las hijas al baile, las vigilaban -para que ningún bailador se arrimase demasiado- y regresaban con ellas a casa.

No tenían los adultos, pues, aquella famosa ‘conversación’ que después se instauró como un deber ineludible del padre o la madre, o de ambos, al llegar las criaturas a la adolescencia. Aquellos padres y madres solían completar el trámite tan bien como sabían, a menudo pasando tanta o más vergüenza que la que pasaban sus hijos. Una vez cumplida la misión, se volvía a la normalidad anterior. En aquellos tiempos los televisores ya eran en color y con mando a distancia.

Con los años, esa ‘conversación’ se fue haciendo más fácil. Más natural. En las escuelas se consolidó una cierta educación sexual, consistente en algunas clases más bien de tono anatómico, enfocadas a la prevención de embarazos y enfermedades. En el mejor de los casos, con alguna reflexión sobre el significado del sexo.

Recreación deshumanizada

Después llegaron los ordenadores y, más tarde, internet. Ahora, con unos clics o unas caricias sobre la superficie de la pantalla los ojos de los niños y de los adolescentes acceden a todo tipo de contenidos porno. Lo que ven no es sexo, en realidad. Es una recreación condensada, fría y a menudo brutal. No tiene nada que ver con el sexo que pueden mantener, por ejemplo, sus padres. Ni con hacer el amor.

Junto con la introducción de la educación sexual en las escuelas -la Generalitat acaba de anunciar un nuevo plan para reforzarla- y las habituales campañas -hay una en marcha que emplea el «malamente» de Rosalía-, contamos hace mucho tiempo con una regulación que prohíbe determinados contenidos televisivos en ciertos horarios. Pero son medidas de otros tiempos. Necesarias, sin duda, pero que se han convertido en antiguas. Es un poco como si intentáramos vaciar el océano con cucharillas de café.

Las pantallas e internet permiten no solo acceder a todos los programas televisivos, sino también a millones y millones de vídeos que muestran un sexo deshumanizado en que la mujer está al servicio del hombre, que tiene y ejerce el poder sobre ella. Que hayan aparecido algunos productos destinados a mujeres, con una sensibilidad que busca ser diferente, no remedia la dislocación de fondo.

Consumir porno con 10 años

Todo ello deja en anécdota las revistas pornográficas -a menudo sisadas a un hermano mayor- o los vídeos VHS que pudieran conseguir los jóvenes no hace tantos años. Ahora cualquier niño o niña de 10 años consume -los programas de control parental son un obstáculo casi ridículo- contenidos mucho más duros, que inevitablemente definirán qué es para él o ella el sexo, cuáles son sus formas, cuál es el rol de él y ella, etcétera. Unas imágenes que escinden la idea de sexo de la idea de amor o estima. Unas imágenes que también lo banalizan, por lo que se puede interiorizar como una mera actividad placentera, una experiencia gratificante, como si se tratara de un deporte o un juego. O unos espaguetis. Un sexo que, por tanto, no hay por qué no experimentar a edades muy tempranas.

Buena parte de los problemas que tenemos, desde las ‘manadas’ de menores que atacan y violan chicas hasta los comportamientos posesivos y controladores, se originan y crecen, al menos en parte, en internet. Y por el momento no parece que ni padres, ni maestros, ni Administración puedan hacer nada -quiero decir nada realmente efectivo- para evitarlo.

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